EL SIGLO DE LAS LUCES
UNA CELEBRACIÓN EN EL VIRRGEINATO
DURANTE
CASI 20 AÑOS, LA NUEVA ESPAÑA ESTUVO DE FIESTA. La celebración se centró en la
veneración a la virgen de Guadalupe, pero también incluyó aclamaciones en honor
del virreinato mismo y de sus habitantes. Comenzó con el nombramiento de la
Guadalupana como patrona de la ciudad de México (1737), luego de toda la Nueva
España (1746) y finalmente, con la autorización del Papa en Roma, el 12 de
diciembre fue reconocida oficialmente en la Iglesia universal (1754).
Se
afirmaba con júbilo que las riquezas minerales eran insuperables; que la
fertilidad del suelo producía abundancia en una eterna primavera, que reinaba
la opulencia en las ciudades. De hecho, se planteaba que el rey de España o el
Papa mismo, pudiera refugiarse en la ciudad de México, en tiempos de
persecución y guerras.
Se fue
formando una conciencia de identidad nacionalista en los distintos estratos de
la sociedad. Esta identidad se expresó de varias maneras: orgullo por ser la
sede de la aparición de la Virgen, un reino (y no una "colonia") de
grandes riquezas naturales y urbanísticas, y un lugar con rica cultura
prehispánica.
Además
de estos tres elementos que conformaron el sentido de identidad propia, el
rector de la Universidad promovió la divulgación de un cuarto elemento, que
podría llamarse "nacionalismo intelectual".
UNA CRISIS EDUCATIVA Y
POLÍTICA: LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS
En la
mañana del 25 de junio de 1767, en 21 ciudades y villas del virreinato, a la
misma hora de la mañana, los soldados del rey entraron en los colegios de los
jesuitas para aprisionar a los miembros de la Compañía de Jesús, cerrar todas sus
instituciones y expropiar los fondos, edificios y propiedades de la orden
religiosa, en cumplimiento del mandato de Carlos III quien expulsó a los
jesuitas de toda la monarquía.
La
importancia de la educación de la Compañía radicó no sólo en el número de
alumnos y la ubicación de los colegios en todo el territorio, sino en la
calidad de la enseñanza. Era esencialmente clásica, enfocada en los autores de
Roma antigua y de la Edad Media, pero a partir de mediados del siglo XVIII un
pequeño grupo de jesuitas había emprendido una reforma de los estudios con el
fin de promover el método experimental en las ciencias y depurar los abusos del
método escolástico en la filosofía y la teología.
El
padre José Rafael Campoy fue uno de los primeros en no querer sujetarse a
"los mamotretos que les habían dictado sus maestros", prefiriendo
acudir a las obras originales de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Animado
por Campoy, Francisco Xavier Clavijero se convirtió en el más destacado
abanderado de la reforma.
En
1763 la Compañía de Jesús aceptó algunas de las recomendaciones hechas por los
innovadores y se establecieron varios cursos adicionales en los colegios en
forma de "academias", con estudios de matemáticas, lenguas modernas,
griego, física, química, historia y geografía, ya que la Universidad no
promovía esas materias en sus planes de estudio.
La
práctica de los jesuitas de asignar a los profesores a distintos colegios cada tres
a cinco años, hizo posible que los mejores maestros no se concentraran en la
capital: Clavijero estuvo en Valladolid y Guadalajara, Diego José Abad en
Querétaro, Francisco Javier Alegre en Mérida y México, y
Campoy
en Veracruz.
La
salida de los jesuitas, la clausura de los colegios y el abandono de las
misiones entre los indios de Sonora, Sinaloa y Chihuahua causaron resistencia y
resentimiento en el virreinato.
Para
intentar reponer los estudios después de la expulsión, los franciscanos,
agustinos y dominicos consiguieron de la Real y Pontificia Universidad de
México la validación de los cursos que ofrecían de gramática latina y humanidades
a los alumnos laicos en sus noviciados. Los seminarios diocesanos también
admitieron más estudiantes seglares. En Puebla, Guanajuato, Guadalajara, Querétaro
y México se reabrieron los colegios antes ocupados por los jesuitas, bajo la
dirección y financiamiento del gobierno.
Clavijero
publicó la historia de la cultura azteca, en contestación a la crítica de los
europeos acerca del nivel bárbaro de los pueblos prehispánicos. Cuando envió 50
ejemplares a la Universidad de México, insistió en la restauración del curso de
las antigüedades mexicanas de "la historia de nuestra patria".
LAS I N S T I T U C I O N E S
ILUSTRADAS, C E N T R O S DE RIVALIDAD ENTRE C R I O L L O S Y PENINSULARES
En el
campo de la educación, el término "ilustración" se refería al interés
del gobierno de aumentar su participación en la enseñanza como manera de
promover el progreso en las virtudes, las ciencias y las artes. El Estado
quería extender la educación básica entre los pobres, imponer el uso del
castellano en las escuelas, modernizar la enseñanza en los colegios y las
universidades y al mismo tiempo reducir la participación de la Iglesia en las
instituciones educativas.
Las
autoridades civiles intentaron promover la razón y no la tradición como
elemento primordial en la educación, desarrollando personas "útiles"
y de "buen gusto" para lograr el bienestar del reino.
Los
criollos pensaban que desde hacía siglos existía una sabiduría prehispánica y
virreinal en los campos de la medicina, el arte, la arquitectura, la botánica y
las técnicas mineras.
LA E S C U E L A DE C I R U G
Í A
Al
terminar la guerra entre España e Inglaterra en 1763, Carlos III intentó
mejorar la preparación de los cirujanos del ejército y elevar su posición
social. En casi todas las naciones la medicina (facultad universitaria) y la
cirugía (un oficio) se mantuvieron como disciplinas separadas. Debido a la
oposición de las universidades a admitir un oficio manual y sórdido, "tan
despreciado por los médicos como temido por el público", se abrieron
escuelas militares de cirtigía en Cádiz y Barcelona, separadas de las
universidades. En 1768 el rey estableció en la ciudad de México la Escuela Real
de Anatomía Práctica (disecciones) y Operaciones de Cirugía. Envió de España
dos cirujanos para dirigir la institución, que ocupaba salones en el Real
Hospital de Indios. Los peninsulares despidieron al médico universitario de
anatomía y lograron convencer a los virreyes para que, durante 25 arios, en
violación del reglamento del Hospital de Indios, siempre nombraran a cirujanos
peninsulares, sin convocar concursos de candidatos. En la Escuela de Cirugía se
combinaron la teoría y la práctica en curso? de anatomía, fisiología,
operaciones, clínica quirúrgica y elementos de medicina legal. Con un programa
de estudios formales, la cirugía empezaba a considerarse una profesión, y no un
oficio, lo que anunciaba el día en que se pudiera combinar la medicina y la
cirugía en una sola carrera.
LA ACADEMIA DE SAN CARLOS
En la
ciudad de México, el director de la Casa de Moneda, Jerónimo Antonio Gil,
promovió el establecimiento de una academia parecida a la de San Fernando en
Madrid; y mientras llegaba la autorización de Carlos III, nombró varios
artistas mexicanos para enseñar dibujo y pintura a 300 alumnos. En 1784 el
monarca aprobó el plan y al año siguiente, al abrir la Academia de San Carlos,
comenzaron las clases de dibujo, escultura, arquitectura, grabado y
matemáticas, con profesores de España que reemplazaron a los maestros criollos.
Pronto
Gil, el director de la Academia, se quejó de que una tercera parte de los
alumnos había abandonado la institución debido a que los profesores utilizaban
a los estudiantes como aprendices, llevándolos a sus casas donde se aprovechaban
"del trabajo de los mismos discípulos en sus obras particulares y
privadas". Gil pidió que los maestros peninsulares regresaran a España y
que los criollos se reinstalaran en la Academia. A su vez, los mexicanos se
quejaron del favoritismo hacia los extranjeros y que "si ellos fueran
gachupines, otra cosa fuera de ellos, y por ser criollos están despreciados y
abatidos". Los mexicanos ganaron una victoria parcial en 1788 cuando la
Junta de la Academia decidió pagarles una gratificación de 300 pesos por sus
esfuerzos desde 1781, cantidad casi igual a la que recibían cada año los
alumnos becados en San Carlos.
En
1790, el criollo Diego Guadalajara Tello enseñó geometría principalmente a los
alumnos que iban a especializarse en las bellas artes. Para 1795, de los 80
alumnos de nuevo ingreso, solamente una tercera parte quiso dedicarse a las
bellas artes, otra al dibujo (útil para los artesanos, especialmente los
plateros) y el resto al "curso de aritmética universal".
La
misma tendencia se reflejó en 1810, con 99 empleados, artesanos y aficionados
inscritos en cursos de dibujo y matemáticas y 47 en la carrera de las bellas
artes. Ante esta demanda del público, la Academia se convirtió en una escuela
técnica, más que en una de artes finas, como originalmente se había planeado.
LA C Á T E D R A DE BOTÁNICA
Justo
cuando los mexicanos se quejaron de la discriminación hacia ellos en la
Academia de San Carlos, en la Universidad se abrió un curso de botánica, aunque
en un ambiente de hostilidad.
El sistema
botánico del sueco Carlos Linneo, enseñado por los peninsulares, fue duramente
criticado por el sacerdote criollo José Antonio de Alzate, que era científico y
también periodista.
Dos
meses antes de la apertura del curso de botánica, Alzate publicó en su
periódico un artículo que debió haber llamado la atención de los lectores.
Atacó el sistema de Linneo por agrupar las plantas por género y especie y dio
ejemplos de la flora mexicana que desmentían las afirmaciones del científico
sueco. Para Alzate era excesivamente complicado y poco útil, pues no tenía
relación con los servicios que las plantas podían prestar al hombre. Apoyaba el
método de los antiguos mexicanos de dar nombres a las hierbas en relación con su
utilidad; inclusive propuso, por ser "de mucha utilidad al pueblo" utilizar
el náhuatl como "un nuevo idioma botánico", en vez de "mendigar
voces griegas forjadas entre los hielos de la Dinamarca".
El
científico mexicano promovía el método de Bernardo de Jussieu para clasificar
las plantas porque éste tomaba en cuenta todas sus partes fisiológicas, su
estructura interna y usos, y no sólo los órganos reproductivos.
En
1788 la crítica educativa en la prensa se convirtió en discusión política,
abierta al público. Al pasar del tiempo la animosidad disminuía. Cervantes
empezó a utilizar náhuatl en sus investigaciones y la gente se asombró de las
exploraciones que realizó con los alumnos en los alrededores de México para
recoger plantas medicinales. No solamente enseñó a los estudiantes a clasificar
las plantas según las siete familias de Linneo, sino también a analizar SLIS
usos y nombres indígenas.
EL C O L E G I O DE M I N E R
Í A
Controversias
y desacuerdos también acompañaron el establecimiento del Colegio de Minería en
1788. La idea original había sido de dos criollos, Joaquín Velázquez de León y
Juan Lucas de Lassaga, quienes consiguieron la aprobación real para un
"Seminario Metálico... para la educación y cultura de la juventud
destinada a las minas y el adelantamiento de la industria en ellas".
Ambos
fundadores murieron en la epidemia de 1786 y Carlos III nombró al joven español
Fausto de Elhuyar como director.
Entre
1792 y 1811, 231 jóvenes estudiaron en el Colegio de Minería; la mayoría no
completaron los cinco años de cursos más los dos años de pasantía trabajando en
una mina, pero adquirieron una sólida preparación en ciencias y matemáticas.
CAMBIOS EN LA EDUCACIÓN
INDÍGENA
Durante
dos siglos la enseñanza de la doctrina cristiana y las primeras letras había
estado bajo la supervisión y promoción de la Iglesia. Sin embargo, al llegar al
siglo XVIII, la educación de los indios no conservaba el mismo ímpetu ni la
misma extensión como en el siglo XVI, cuando los frailes habían inventado
métodos nuevos para transmitir, en las lenguas de los conquistados, la cultura
religiosa y artesanal de España. Entre 1750 y 1770 el rey ordenó que los frailes
salieran de las parroquias de indígenas y fueran reemplazados por sacerdotes
seculares (diocesanos) quienes por falta de fondos, generalmente no promovieron
las escuelas de primeras letras. Durante el gobierno de Carlos III, el Estado
tomó cartas en el asunto y, como parte de las reformas financieras, el rey
ordenó que en los pueblos de indios se establecieran escuelas de primeras
letras financiadas, no por la Iglesia sino por los fondos de las cajas de comunidad
de los indígenas, que funcionaban en alguna forma similar a las actuales
tesorerías municipales. Los gobernantes indígenas ya no eran libres para
utilizar los fondos según su propio criterio, generalmente para las fiestas
religiosas, sino que debían seguir los lincamientos impuestos por los contadores
en la ciudad de México.
El
objetivo del gobierno era disminuir los gastos en los pueblos y acumular un
sobrante al final del año. Este sobrante, generalmente la mitad de los
ingresos, se enviaba al gobierno virreinal con el fin de recibirlo devuelto en
tiempos de emergencias (pero la mayor parte no regresó a los pueblos, sino que
fue enviado al rey para sostener las guerras europeas). Uno de los pocos gastos
aprobados en los pueblos fue el salario de un maestro de escuela. Solamente poblaciones
con suficientes fondos comunales recibieron permiso para aplicar dinero para
las tres principales celebraciones sacras y para un salario completo o parcial
para el preceptor.
No
todos los maestros en los pueblos de indios recibían sueldos completos. Si no
existían suficientes fondos en las cajas de comunidad, las familias debían
contribuir.
Los
padres de familia de Xochimilco, tal vez siguiendo la costumbre prehispánica,
contenida en los discursos rituales (los huehuetlatolli) que valoraban a
los niños como preciosas plumas de quetzal, opinaron acerca del trato de los
maestros hacia sus hijos, solicitando un maestro bilingüe, cariñoso y
capacitado en la enseñanza religiosa.
ESCUELAS GRATUITAS E
INNOVACIONES PEDAGÓGICAS
En las
décadas anteriores a la independencia, algunos educadores propusieron métodos
distintos para enseñar, que no fueran tan estrictos ni humillaran a los niños.
Grupos de hombres prominentes en Veracruz, Querétaro y Puebla financiaron
escuelas, siguiendo el ejemplo de la primera institución educativa financiada
por laicos abierta en 1767 por los vascos en la ciudad de México.
Originalmente
internado para niñas españolas, en 1793 abrió sus puertas a 300 alumnas
"de cualquiera clase o condición" que asistían diariamente sin costo
a clases de lectura, escritura, religión y labores de costura, impartidas por
catorce maestras laicas en cinco grandes salones. Los ayuntamientos entre 1780 y
1790 en San Luis Potosí, México, Mérida, Guanajuato, Salamanca, Zacatecas,
Guadalajara y Chihuahua financiaron escuelas municipales, fundadas cuatro
décadas antes de las primeras escuelas públicas de la ciudad de Nueva York.
En las
escuelas de primeras letras, los maestros siguieron métodos heredados de siglos
pasados, separando a los estudiantes en "los de leer" (los pequeños)
y "los de escribir" (los más grandes), ya que era costumbre en el
mundo occidental enseñar primero la lectura y solamente después, la escritura.
En
1815, en la ciudad de México, el preceptor Ignacio Montero redactó un silabario
que reemplazaría la "cartilla tan rancia y antigua como la conquista".
Su enseñanza comenzaba con diez palabras cuya primera letra, en mayúscula y
minúscula, era una de las vocales: A-ba, a-la. E-va, e-le. I-ra, i-ba.
El
niño aprendía a leer palabras que significaban algo para él y no un conjunto de
sílabas sin sentido. En referencia a la educación de las niñas, comentó que
todavía "varios padres de familia no consienten que sus hijas sepan leer
ni escribir por asentada disculpa que no las seduzcan con papeles
amatorios".
Las
escuelas en los pueblos de indios resultaron ser espacios en los cuales los
educadores pudieron divulgar nuevas ideas pedagógicas y libros de texto que
tomaban en cuenta los intereses de los niños.
LAS C O R T E S DE CÁDIZ Y LA
EDUCACIÓN
En
1808 Napoleón invadió España y para impulsar la resistencia se convocaron las
Cortes en Cádiz, cuya legislación afectó a la educación de la Nueva España de
varias maneras. El primer cambio ocurrió en el mismo ario de la invasión, el Catecismo
civil en el que, con frases parecidas a las de la doctrina cristiana, se
intentaba inculcar actitudes políticas entre la juventud.
Las
Cortes de Cádiz promulgaron la libertad de los oficios, por la cual la asociación
gremial del Nobilísimo Arte de Primeras Letras, establecida en 1601, perdió la
facultad de limitar la enseñanza a los maestros examinados que pertenecían al gremio;
así se inauguró la libertad de enseñanza en México. Otro mandato de las Cortes
afectó y favoreció tanto a los profesores como a los niños: en 1813 se abolió el
castigo de los azotes por ser incompatible con la dignidad de los hombres
libres, extendiendo esa prohibición a las instituciones educativas.
El sistema,
ya adoptado en España, utilizaba a los alumnos más avanzados como maestros de
diez niños cada uno. Tomaban lecciones en bancas y de pie en semicírculos dando
a los niños la oportunidad de moverse dentro del salón,
Enseñaba
a leer y a escribir al mismo tiempo y usaba mesas cuya superficie constaba de
cajas de arena para que los principiantes, con un palito o con su dedo, pudieran
practicar las letras en la arena sin usar papel y pluma.
Durante
varias décadas los jóvenes del virreinato recordaban al universitario López
Portillo como alguien a quien imitar. Tan renombrado era, que desde 1754, en
las plazas, vecindades y escuelas se oía decir cuando querían poner por las
nubes a un muchacho: "Este es otro Portillo". En 1816 en las páginas
de El periquillo Sarmiento, los compañeros del Periquillo recordaban al
célebre universitario de los cuatro doctorados, comentando que la Nueva España
era un lugar de "tantos ingenios célebres y únicos, como el de un
Portillo". En la sociedad también quedaba un aprecio por los educadores de
la Compañía de Jesús, expresada tanto por los diputados mexicanos en las Cortes
de Cádiz como por José María Morelos, ambos proponían el regreso de los jesuitas.
LA VIDA E S C O L A R
En
ciudades como Puebla y México, y posiblemente en los demás centros urbanos, la
mayoría de los alumnos asistieron a escuelas gratuitas, ya fueran financiadas
por los ayuntamientos, grupos filantrópicos, la Iglesia, o los pueblos de
indios. Niños de todos los grupos étnicos y niveles económicos convivieron en
la misma aula, sin legislación o costumbres que impidieran esta práctica.
En esa
época no se construyeron edificios escolares para la educación primaria, con
excepción de la Escuela Patriótica del Hospicio de Pobres en la capital, la de
un grupo filantrópico en Querétaro, y edificios escolares en algunos pueblos de
indios pagados con fondos de las cajas de comunidad.
ESCUELAS
EN LA CIUDAD DE P U E B L A EN 1 8 2 1
Escuela
de niños
|
Núm.
De escuelas
|
Núm.
De Alumnos
|
%
del total de alumnos
|
Escuelas
particulares
|
8
|
331
|
19
|
Escuelas
gratuitas de obras filantrópicas
|
4
|
450
|
26
|
Escuelas
gratuitas de conventos y parroquias
|
10
|
930
|
55
|
Total
|
22
|
1
711
|
100
|
En
1821 la población de la ciudad de Puebla era de 60 157 personas. Se puede
calcular que la población de niños varones de 6 a 12 años de edad fue de 3 007 (5%
de la población total en centros urbanos; en el campo la población de niños
varones de 6 a 12 años de edad fue de 8%). Asistían a las escuelas de primeras
letras 1711 niños, esto significa que 5 7% de la población escolar potencial
estaba inscrita en las escuelas y 8 1% de los alumnos inscritos estaban en
escuelas gratuitas.
Muchos
niños recibieron su primera experiencia escolar en la Amiga o "Miga"
de la vecindad o barrio donde vivían. Estas escuelas, ubicadas por todas partes
de las ciudades, admitían muchachos pequeños y niñas hasta la edad de 12 años,
porque a esa edad las señoritas debían retirarse de un lugar público y continuar
sus estudios en su propio hogar. La anciana maestra les enseñaba el catecismo y
los rudimentos de la lectura con el método individual del deletreo. Llamaba a
cada alumno o alumna a su lado y hacía pronunciar una de las letras impresas en
la cartilla.
AL COMENZAR EL SIGLO XIX
El
nuevo siglo encontró una sociedad en que muchas personas en el virreinato no
siempre estuvieron de acuerdo con los mandatos reales relacionados con la
educación, tales como la expulsión de los jesuitas, la enseñanza obligatoria del
castellano en las escuelas, el nombramiento de profesores peninsulares en las
instituciones ilustradas, el menosprecio de los europeos hacia las lenguas
indígenas y hacia la capacidad intelectual de los habitantes del virreinato, fueran
criollos o indios.
Algunos
académicos intentaron incorporar conocimientos modernos en la ciencia y la filosofía
al mismo tiempo que el gobierno, los ayuntamientos, los pueblos de indios y las
órdenes religiosas se esforzaron para extender la instrucción básica a todos
los niños, permitir a los maestros abrir escuelas libremente, sin pertenecer al
gremio y mejorar los métodos de enseñanza.
El
estilo barroco en la oratoria y la literatura que predominó al principio del
siglo XVIII, cedió al uso del castellano en vez del latín, y a una expresión
literaria más clara y menos rebuscada. Junto con esas ideas y prácticas,
perduraron actitudes, conceptos y métodos del pasado. La mezcla de instrucción tradicional
con la modernidad ilustrada iba a caracterizar la educación en los años
venideros.
Referencia:
Dorothy Tanck de Estrada contenida en “La
educación en México”, pp. 67-98.
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